La universidad y la ‘democracia de los crédulos’

¿Se percatan los políticos de lo imprescindible que es formar personas con una perspectiva general del mundo y un pensamiento crítico?

Los avances tecnológicos y científicos han cambiado radicalmente nuestra relación con el mundo. El absolutismo económico ha destronado a las ciencias humanas, poniendo a la universidad ante el siguiente dilema: formar técnicos directamente productivos, o universitarios generalistas capaces de pensar el futuro  de nuestras sociedades. El realismo exclusivamente económico no puede constituir la única respuesta a los retos de nuestra época.

Entre los fenómenos característicos de estos inicios del siglo XXI, los más notables son sin duda la disolución de los criterios de referencia por los que se guían nuestras sociedades y la dificultad de los individuos para proyectarse hacia el porvenir con optimismo. Este desánimo lo agrava el panorama de guerras y  migraciones cuyos episodios, por desgracia, vemos todos los días.

A esto se añaden interrogantes sobre la naturaleza de los seres vivos, el mantenimiento de los ecosistemas, el funcionamiento de las libertades democráticas e individuales, el papel del Estado, y las relaciones entre los Estados y las empresas multinacionales, que pueden movilizar recursos ingentes no sólo para acopiar, conservar y difundir toda clase de conocimientos y datos, sino también para transformarlos y explotarlos.

El aislacionismo de algunos países ricos, el ascenso de los populismos y el espectacular reforzamiento de los movimientos integristas dan a entender que el poder está cayendo en manos de los partidarios de soluciones rápidas y simples, por no decir simplistas.

Ante estas inquietudes del mundo  contemporáneo cabía suponer que las ciencias humanas iban a asumir un papel más importante, dado que una de sus misiones consiste en suministrar claves para interpretar el planeta en que vivimos. Sin embargo, su presencia en el debate intelectual es más que discreta, a excepción quizás de la sociología, y además están desapareciendo paulatinamente de los estudios universitarios.

En casi todo el mundo las ciencias humanas se hallan en franco retroceso, sobre todo en los países desarrollados. Su ámbito se reduce y su mensaje ya no nutre las disciplinas técnicas. Además, disminuyen constantemente los recursos que se les asignan. Las causas de esta situación son demasiado numerosas para detallarlas en este artículo, por eso me limitaré a una sola: el papel de los políticos.

Las prioridades de los políticos

En un mundo en el que el pleno empleo ya no está asegurado, la identificación prácticamente isométrica entre una formación y una profesión que posibilite obtener empleo se ha convertido en una auténtica obsesión. Por eso, parece preferible formar a titulados en técnicas directamente utilizables para determinados trabajos, en vez de a universitarios licenciados en humanidades. En junio de 2015, por ejemplo, el gobierno del Japón anunció su propósito de reducir o suprimir los departamentos de ciencias sociales y filosofía y letras en las universidades que controla oficialmente. El primer ministro japonés declaró por ese entonces que, en vez de profundizar trabajos de investigación universitarios excesivamente teóricos, era mejor impartir una educación con una finalidad más práctica para anticiparse mejor a las necesidades de la sociedad.

Cabe preguntarse si la universidad puede contentarse con formar técnicos de vanguardia absolutamente ignorantes de todo conocimiento ajeno al estrecho ámbito de sus disciplinas especializadas. Hemos llegado al extremo de preguntarnos si los encargados de marcar el rumbo –los políticos– creen en la necesidad de formar a personas capaces de pensar con perspectiva general y espíritu crítico. Algunos países ya han negado claramente la necesidad de esta clase de formación y otros muchos no la consideran prioritaria. Ocurre incluso que las propias autoridades universitarias, obnubiladas por las cuestiones de rentabilidad, no le conceden la importancia que merece.

En un mundo en el que las referencias morales y filosóficas obtienen a duras penas reconocimiento, las universidades todavía cuentan con un caudal de confianza entre el público. Sin embargo, para conservarlo y acrecentarlo es imprescindible que observen un comportamiento ejemplar. Los científicos son objeto de  determinadas críticas que a veces ponen en entredicho su honestidad intelectual.

La ciencia misma ha llegado ser sospechosa para una parte cada vez mayor de la población. Una ilustración de esto es la proliferación de contraverdades burdas (“alternative facts”) desmentidas por los hechos reales. Aunque no es útil extenderse sobre esta cuestión en este artículo, sí se pueden mencionar las posiciones escépticas sobre la realidad del cambio climático –adoptadas a veces al más alto nivel del Estado– o el hecho de poner en pie de igualdad la teoría de la evolución de las especies y el creacionismo, como si se tratara de dos opiniones equivalentes. En este contexto movedizo, las universidades pueden constituir sólidos puntos de referencia de la libertad. Naturalmente, esto depende en gran medida de ellas, pero los Estados deben garantizarles recursos suficientes para que gocen de una autonomía real.

La función de las ciencias humanas

En un modelo de universidad ideal, las ciencias humanas tienen una función importante que desempeñar. Sin embargo, apenas se toman serio. Con excesiva frecuencia sobreviven en el ámbito universitario porque se las somete a una instrumentalización más o menos forzada. Por ejemplo, se admite sin problema que el aprendizaje de las ciencias de la vida debe ir necesariamente acompañado de una enseñanza filosófica que esclarezca las cuestiones éticas, pero se consideran inútiles los trabajos de investigación sobre Kant, la filosofía medieval o la fenomenología. Muchos científicos estiman que la investigación en el campo de las ciencias humanas no es verdaderamente ciencia. Esta incomprensión se debe principalmente al hecho de que las ciencias exactas imponen su paradigma epistemológico –o por lo menos sus prácticas de investigación– a todas las ciencias en su conjunto.

Sin embargo, son precisamente las ciencias humanas –con categorías distintas de las binarias– las que pueden proporcionarnos instrumentos para comprender el mundo complejo en que vivimos. Sin ellas, en nuestras sociedades irá surgiendo poco a poco –y quizás de forma inevitable– lo que el sociólogo francés Gérald Bronner denomina “democracia de los crédulos (link is external)”.

Signos precursores de oscurantismo

La evolución del mundo contemporáneo plantea retos colosales debido a que el extraordinario desarrollo de las técnicas cuestiona nuestros modelos sociales. La respuesta a esos retos no puede ser solo la búsqueda del bienestar económico, aunque por supuesto sea necesario garantizar un nivel de vida básico, especialmente en los países menos desarrollados. Atenerse solamente a lo económico sería, en el mejor de los casos, como poner un taparrabos a la problemática mundial, pretendiendo ocultar realidades más esenciales y complejas. La única respuesta adecuada es estudiar y comprender el mundo en que vivimos. Y esa comprensión no se alcanza exclusivamente por medio de una cultura del entretenimiento, sino mediante la cultura en su sentido más profundo, esto es, una cultura multilingüe que se nutre de la densidad del pasado histórico, se preocupa por sus fuentes y ahonda en ellas para comprenderlas mejor, pudiendo así entender su presente y afrontar su futuro. En suma, una cultura con un pleno conocimiento de causa que sólo se puede obtener con la aportación insustituible de las ciencias humanas.

En todos los tiempos, los signos precursores de la intolerancia y el oscurantismo han sido: ignorar el puesto que ocupa el hombre en el universo, su historia y su cultura; pasar por alto que un entendimiento penetrante de estos elementos  esenciales requiere métodos de conocimiento sumamente exigentes a veces; y permitirse desdeñar o despreciar con condescendencia a quienes defienden que es necesario conocer a la humanidad en cuanto tal.

Las excusas de los dirigentes para imponer a la sociedad una vía basada exclusivamente en el realismo económico llevan la impronta de la ignorancia, en el mejor de los casos, o de la voluntad de someter a sus pueblos al servilismo mediante el embrutecimiento, en el peor de los supuestos. Por eso, estimo que el modo de concebir el estatuto y la función de las ciencias humanas en nuestras sociedades es uno de los elementos más importantes que están en juego en la defensa de la democracia.

*Jean Winand (Bélgica) enseña desde 2007 en la Universidad de Lieja, en la que fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras de 2010 a 2017. En 2017 fue elegido miembro de la Real Academia Belga. Fue copresidente del Comité Internacional del programa de la Conferencia Mundial de Humanidades (link is external) celebrada en Lieja en agosto de 2017 en colaboración con la UNESCO.

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