Advierte Páez Varela el efecto Videgaray

No puedo dejar de difundir parte del texto de Alejandro Páez Varela publicado en Sin Embargo, por la claridad con que retrata la situación:

“El error de agosto”

Es impresionante cómo los mexicanos pagamos, con tanta tranquilidad, nuestra falta de memoria. Lo cantamos, pero no lo entendemos (“siempre caigo en los mismos errores”, decía José Alfredo Jiménez); lo sufrimos pero no lo aprendemos.

Apenas dos generaciones atrás vimos cómo el país se hundía con el “error de diciembre”: millones a la calle sin empleo; decenas de miles de empresas quebradas; corrupción a raudales a la hora de “rescatar” “al país” con ese charco puerco que llamaron Fobaproa.

Ahora, millones de jóvenes (y nosotros también) van (vamos) derechito al matadero por los errores de esta administración, que son básicamente los mismos de hace poco más de 20 años.

La única diferencia es que Carlos Salinas de Gortari disfrazó la ilusión durante años. A Enrique Peña Nieto no le dio para tanto. A Peña se le desmorona el país en las manos, mientras que Salinas lo pegó con un chicle mascado por él, Pedro Aspe y sus socios, y salieron corriendo a la esquina a ver cómo se despegaba y el país se rompía en pedazos.

 

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En realidad no quería empezar por allí. En realidad no sabía por dónde empezar. Creo que muchos mexicanos pasamos esta semana con un humor de tobogán: enojo, luego tristeza, luego más tristeza, luego enojo otra vez.

El episodio Donald Trump es tan doloroso, la presidencia de Enrique Peña Nieto es tan lamentable, nuestra pasividad es tan predecible, nuestra realidad es tan miserable.

Enojo, tristeza, enojo, tristeza. Humillación, también. Es como un asalto: impotencia, mucha impotencia y enojo. Humor de tobogán, al fin: todo es de bajada.

Empecé por comparar a Carlos Salinas y a Peña Nieto porque ambos episodios amargos los conoce mi generación bien. Sentí la urgencia de decir: ¡Aguas, muchachos! ¡Viene el madrazo! Pero creo que eso ya muchos lo sabemos. Falta una gran devaluación y luego, una insolvencia de recursos para pagar las deudas del país y después de la idiotez con Trump, ni Hillary Clinton, si gana, estará al lado para ayudarnos como lo hizo su marido a finales de la década de los 1990. Los más jóvenes no lo recuerdan pero así fue.

Recuerdo cuando “el error de diciembre”. Teníamos todos tanta desilusión. Teníamos tanta tristeza y enojo. Respirabas ansiedad. Respirabas desesperación. Recuerdo que trabajaba en El Economista. Vi todo desde un puesto privilegiado entonces, y luego las secuelas las seguí desde un torreón, porque entonces pasé a Negocios de Reforma. Tenía empleo, a Dios gracias. Millones lo perdieron.

Lo recuerdo ahora porque todo se siente igual. No sólo son los números de la economía, jóvenes, y el barco político a la deriva: hoy, como entonces, se siente desilusión y mucha tristeza; coraje y ansiedad. Me siento con el estómago revuelto y rumiando: “siempre caigo (caemos) en los mismos errores”.

Veinte años nos tardamos en recuperar el rumbo después de aquello, así que prepárense. Veinte años repitiéndonos una y otra vez: no más.

Y ahora, en nuestras narices, lo volvieron a hacer. El peñazo es irreversible. Prepárense, ahorren, no agarren deudas. Deuda con Salinas: 45 por ciento del PIB; deuda con Peña: 44.5 por ciento. Es cosa de meses, parece, si nadie hace algo.

 

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Es impresionante cómo los mexicanos pagamos, con tanta tranquilidad, nuestra falta de memoria. Pagamos con nuestro bolsillo, y la historia, jóvenes, así lo dice. Sólo paga la gente, los políticos no. Les recuerdo que Carlos Slim, Roberto Hernández, Alberto Bailleres y todos esos multimillonarios se hicieron durante ese periodo.

Cuánta desilusión. Cuánta pena y, sobre todo, cuánto encabronamiento: nada nos han enseñado los años, siempre caemos en los mismos errores. Otra vez a brindar con extraños, y a llorar por los mismos dolores.

Hasta que un día olvidemos no solamente el pasado inmediato, mexicanos: un día olvidaremos quiénes somos, de dónde venimos, todo lo que nos ha costado llegar hasta aquí. Ese día bailaremos sobre nuestra dignidad y nuestra Historia; bailaremos sobre nuestros muertos de casa y nuestros muertos comunes; bailaremos sobre nuestros padres y nuestros abuelos y sobre los millones que murieron en la Revolución de 1910, los que murieron en la Independencia. Es sangre que debería decirnos algo. Nos dice un carajo. La moda es hincarnos, humillarnos. “Es avalar y oficializar a quien nos ha insultado, escupido y amenazado por más de un año ante el mundo entero”, como diría Alejandro González Iñárritu del encuentro Peña-Trump.

 

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En realidad no quería escribir todo esto. Así me ha salido. Quería decir que el mismo día que llegó Donald Trump a México, Standard & Poor’s nos bajó a negativa la perspectiva crediticia. Un anuncio brutal. “Refleja una posibilidad de al menos una en tres de que bajemos la calificación [de México] en los próximos 24 meses si el nivel de deuda del gobierno general o la carga de intereses presenta un deterioro superior a nuestras expectativas, y aumenta la vulnerabilidad de las finanzas públicas de México ante los shocks adversos”.

Lo diré en pocas tres palabras para no aburrirlos: es un madrazo. Lo quería contar porque, en este país, en estos días, una mala noticia viene seguida de una peor. Lo dije en Twitter, ese día, así: “Ya, todos a dormir. Agarren fuerzas. Recuerden la máxima del sexenio: a grandes crisis, mayores pendejadas”. El anuncio de Standard & Poor’s fue totalmente opacada por una pendejada mayor.

Recordaremos “el error de agosto” por mucho tiempo. “El error de agosto”, que tiene nombre y apellido: Luis Videgaray. Ese hombre le ha hecho más daño a México que el propio Peña Nieto –y vaya que eso es decir mucho–: le dirigió su campaña, le construyó las reformas, lo acompañó en el escándalo de corrupción de Grupo Higa (tiene su propia “casa Malinalco”), condujo la economía a este atolladero y ahora ridiculizó a México con el episodio Trump y acabó por destruir lo poco que quedaba de dignidad. De él fue la idea de traerlo.

Y ahora, ojo, se prepara para heredarnos más: es él, Luis Videgaray, el principal impulsor de Eruviel Ávila como posible candidato del PRI a la Presidencia de México en 2018. Él.

 

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Quería concluir con mi reniego de siempre: que nos merecemos todo esto. Pero no. Nadie se merece tanto. Sobre todo la gente más fregada, la que siempre paga los platos rotos. La culpa es de todos, pero hay niveles. Tanta culpa tienen los panistas que en 12 años no hicieron NADA, como los mexicanos que volvieron a votar por el PRI; tanta culpa tenemos los ciudadanos por no mover un dedo como los empresarios que un día son paleros y otro, aplaudidores, o “la izquierda” que votó el Pacto por México y se toma fotos a diario con Peña.

Tantas burradas se sienten como un asalto: impotencia, mucha impotencia y enojo. Hemos sido humillados otra vez.

Y espérense tantito. Espérense porque, como dicen en el béisbol, esto no se acaba hasta que no se acaba. Falta el “error de diciembre”. El nuevo “error de diciembre”. Uno que Videgaray viene preparado con ahínco desde que llegó a la Secretaría de Hacienda.

(Texto de Alejandro Páez Varela)

 

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