Trabajo de prostituta, de los mejor pagados: María

Dice que a veces le gritan “¡María!” por la calle y ella no voltea. Porque María Riot no es su nombre real, es su nombre de trabajo.

María Riot nació hace 25 años en Buenos Aires, Argentina. Y es, literalmente, una puta feminista.

La primera vez que se encontró con la pornografía fue a los 15 años. Pronto fue descubriendo su sexualidad. No se considera abiertamente exhibicionista, pero sus primeros trabajos fueron a través de una webcam. De ahí saltó a las citas en persona y poco después a la pornografía. “No me considero exhibicionista, pero sí una persona curiosa”.

Su próximo paso: ser directora de cine porno, pero de un porno diferente. Uno que admita distintas corporalidades, identidades sexuales y prácticas eróticas más cercanas a la realidad. Porno feminista sin contenido sexista, ni pasivo, ni heteronormativo (la heteronormatividad es la estructura de género impuesta por los heterosexuales).

“No quiero encasillar al porno con etiquetas, quiero hacer un porno de manera ética, con buenas condiciones laborales para los actores y los trabajadores del rodaje, con otra visión”.

El porno que más le gusta es el lésbico y se ríe del retrato que hace la pornografía dirigida a hombres sobre el sexo entre mujeres: “esas son prácticas que simplemente no son tan representativas de la realidad. La pornografía y la sexualidad no es lo que ves en la página principal de un sitio de porno gratis sino mucho más”.

Apoderarse de la palabra “puta”

“Sí, soy una puta feminista”, me dice María con esos ojos grandes de maquillaje discreto. Empezó a trabajar como prostituta porque de todos los trabajos a los que podía acceder, era el más redituable económicamente y el que le ofrecía mejor flexibilidad laboral.

Primero empezó en una página de webcams, con la que transmitía en vivo. Luego pasó a los encuentros personales. Dice que es muy selectiva para escoger a sus clientes. Hasta ahora nada extraño le ha pasado, más allá de clientes que no quieren ponerse condón, algo que también le sucedió fuera del ámbito laboral.

«En Argentina ejercer el trabajo sexual no es un delito, pero sí hay criminalización en torno a llevarlo a cabo. (…) hay un vacío legal en cuanto al trabajo sexual. Lo que acaba sucediendo es que trabajas en la clandestinidad y las compañeras que trabajan en la calle acaban siendo víctimas de la violencia institucional, donde la policía hace abuso de poder sobre ellas”.

Por eso, María y otras trabajadoras sexuales se han organizado en un sindicato, la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), que existe hace 22 años. Juntas han impulsado un proyecto de ley que rompa el vacío legal en cuanto a la prostitución y ya no sean víctimas de la violencia policial ni de la última modificación de la Ley de trata que se llevó a cabo en el país, que posiciona a quienes ejercen la prostitución como víctimas o proxenetas. Hoy en día es más fácil, dice, perseguir a las trabajadoras sexuales que a los policías.

No es lo mismo el trabajo sexual que la trata

María Riot no es víctima, sino que es una trabajadora. Ejerce el trabajo sexual por necesidad como cualquier otro trabajador que necesita dinero para pagar sus cuentas. Solo decidió que entre las opciones que tenía en el mercado laboral, prefería ejercer la prostitución a atender un local de ropa o un comercio de comida rápida. A algunas activistas feministas les cuesta entenderlo.

“Muchas encontramos en el trabajo sexual un modo de vida y un sustento económico que no encontramos en otro trabajo. El colectivo trans, por ejemplo, es excluido de la sociedad y encuentran en el trabajo sexual la única opción que tienen. Debemos luchar para que puedan acceder a más opciones; no boicotear la única que tienen, sino exigir el reconocimiento de derechos para todas”.

Sobre su modo de trabajo, dice que es muy simple. Se pone de acuerdo con el cliente vía email o WhatsApp, al cual le envía sus condiciones y pautan un día y un horario. No es trabajadora sexual las 24 horas del día. También es activista y lo dice con orgullo.

Sus causas son varias. Una, desde luego, son los derechos de los y las trabajadoras sexuales; pero también es vegana y lucha por los derechos de los animales.

Regresando a su trabajo con AMMAR, María dice que tuvo que quitarse sus propios prejuicios, el estigma, y la culpa que la sociedad impone a las mujeres acerca de la sexualidad. Tuvo que darse cuenta de que su trabajo no tenía nada de malo. Mis propios prejuicios se pusieron en alerta: ¿una prostituta con culpa? “Nadie es libre en su trabajo y por supuesto que tenemos que lidiar con los estigmas con los que fuimos criadas, como cualquier persona. “Todos tenemos prejuicios”.

María acepta que se encuentra en una situación de privilegio. “En AMMAR ayudamos a compañeras que no saben leer o que trabajan sin decirle a su familia. Hablamos cara a cara con las prostitutas, les damos condones, ayudamos a las inmigrantes y a las trans, las ayudamos a hacer el cambio legal de nombre”.

AMMAR también está trabajando en una app llamada la Putyseñal, con la que cualquier persona puede denunciar de inmediato si está siendo víctima de violencia policial. “Las trabajadoras sexuales molestamos porque llevamos nuestra sexualidad a la esfera de lo público cuando los mandatos dicen que debería ser algo para lo privado”.

Es feminista antes que cualquier otra cosa. El camino, dice, es «desaprender y reflexionar acerca de las normas, tradiciones y mandatos culturales que dicen qué es lo que deberíamos hacer y lo que no y que como feministas tenemos que aceptar que hay personas que harán cosas que nosotras no haríamos, pero que sin embargo debemos respetarlas y apoyar a que accedan a una vida libre de discriminación, violencia y vulneración.»

“(Las trabajadoras sexuales) formamos parte de la sociedad”, dice. “Al final soy una persona como cualquier otra”.

(Con información de El Economista)

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