Preservación de la historia, única esperanza del futuro

“Los arqueólogos y antropólogos tenemos que mantenernos en constante lucha y hacer frente a la incomprensión, la falta de presupuesto para conservar los monumentos históricos, las lenguas indígenas y el patrimonio popular, que son la esencia de México”, sostuvo el arqueólogo y recién nombrado doctor Honoris Causa por la UNAM, Eduardo Matos Moctezuma.

“Si preservamos eso, estaremos preservándonos a nosotros mismos, a nuestra historia y solamente así podremos ver el futuro”, dijo al dictar la conferencia Arqueología del México Antiguo.

Muchos sitios históricos, explicó, han desaparecido por la expansión de las ciudades, y otros más se encuentran asediados por el crecimiento de la mancha urbana; algunos más han sido afectados por fenómenos naturales. Hay invasión de tierras indígenas para dar paso a consorcios, entre otros problemas. “Es una lucha un tanto desigual, pero no hay que dejar de darla”, remarcó.

¿De dónde vienen?

En el Auditorio Jaime Litvak King, del Instituto de Investigaciones Antropológicas, el también Premio Nacional de Ciencias y Artes expuso que todos los pueblos del orbe han tenido interés por saber de dónde vienen, quién los formó, y a esa inquietud no escaparon los pueblos prehispánicos, que pusieron en manos de los dioses la explicación sobre la creación del mundo y de ellos mismos.

A partir de la llegada de los españoles, relató, los frailes trataron de entender ese nuevo mundo a partir de la Biblia, y hubo quienes incluso señalaron a gigantes o criaturas de otras civilizaciones como los transmisores de la cultura a estas sociedades.

Matos hizo un recuento de las explicaciones que en diferentes siglos se plantearon personajes como Antonio de Ulloa, Francisco Xavier Clavijero, Antonio Alzate, Alexander von Humboldt, para entender a los pueblos antiguos de México y dar cuenta de lo que observaban en sus expediciones y excavaciones, de cómo se hizo a un lado la idea de los dioses, para dar paso a la ciencia.

También contó cómo fueron descubiertas la Coatlicue y la Piedra del Sol, en 1790, cuando por órdenes del conde de Revillagigedo, Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas, se realizaban trabajos de mejora en lo que actualmente es la parte central de la Ciudad de México.

Recordó que un soldado llamado José Gómez escribió que “el 13 de agosto de 1790 una monumental escultura, que no tenía pies ni cabeza, fue encontrada”, y efectivamente, dijo Eduardo Matos, “la Coatlicue no tiene pies ni cabeza”.

Esta pieza fue llevada a los patios de la antigua sede de la Universidad –en lo que hoy en día es el edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación–, en donde los indígenas se metían a hurtadillas, por las tardes, para adorarla. Por esta situación los frailes propusieron enterrarla.

En contraste, apuntó el también miembro de El Colegio Nacional, la Piedra del Sol fue exhibida por casi un siglo en la Catedral, pues con ella el gobierno virreinal de España hizo frente a sus detractores Francia e Inglaterra, quienes señalaban que con la conquista la Corona sólo se había llenado de oro, destruyendo a los pueblos prehispánicos, que consideraban bárbaros incivilizados.

La Piedra del Sol, concluyó, es muestra de todo lo contrario, pues es un círculo perfecto, con el que contaban los días del año.

En la conferencia estuvo Rafael Antonio Pérez-Taylor, director del Instituto de Investigaciones Antropológicas.

(Con información de Gaceta UNAM)

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