La mujer etíope: el difícil camino hacia la defensa de sus derechos

Addis Abeba, Etiopía. Más allá de la desigualdad de género los movimientos feministas en Etiopía luchan hoy también contra las tradiciones ancestrales.

Mientras una camioneta cargada de citadinos se abre camino a golpes de claxon por las calles de Addis Abeba, cinco mujeres conversan en su interior.

Sin entenderles, pero interpretando la mirada y los gestos al hablar, le pido a mi amigo Teodros que me traduzca.

‘Mi hermana se fue a estudiar a India y me dice que es horrible lo que pasa ahí’. Violaciones en grupo en algunas calles, ¿lo sabían?, alega una de ellas, la de mediana edad.

La conductora del vehículo añade, agarrando fuerte el volante: ‘Pero lo mismo pasa aquí, ¿no se acuerdan de lo que ocurrió hace tres años?’.

Otra continúa en amárico salpicado con palabras en inglés: ¡No sólo hace tres años!’.

Al fin llegamos al destino. Las miembros del círculo feminista Setaweet (Mujer, en el idioma local) se reúnen en un centro de acogida para féminas víctimas de la violencia doméstica.

Es la víspera del año nuevo etíope, según el calendario nacional, que a los efectos es el juliano.

En el patio, café cocido en las brasas y equipo de música. Algunas chicas parecen tan jóvenes que no sabemos si son hijas de una mujer violada o si ellas mismas han sufrido ese ultraje.

Pomi y sus cofrades de Setaweet visitan regularmente a estas mujeres que, después de una tragedia, tratan de reconstruirse; algunas no quieren contar su historia o explicar por qué el hijo que lleva en brazos tiene sólo 10 años menos que ella.

Pero estamos en navidades y todo el mundo prefiere olvidar el pasado, aunque sólo sea durante 24 horas. Los dulces desaparecen rápidamente. Se enciende una hoguera.

Pensativa, Pomi se aparta. ‘Cuando conté que iba a empezar a venir aquí, ¿sabe Ud. que me dijeron? Esas mujeres, deberían volver con sus maridos e ir a prepararles la comida para la fiesta. Por supuesto, para que las maten…’

En el recinto hay sólo 50 camas. En este momento alberga a 120 mujeres y niños. Es necesario poner algunos colchones en el suelo.

‘Es muy duro tener que decir: lo siento está lleno’, suspira María Mounir Youssouf, la fundadora del lugar.

La dirección del refugio, abierto en 2003, se mantiene en secreto no sólo con el fin de evitar posibles venganzas, sino también para regular las nuevas llegadas.

‘No hacemos publicidad. Tenemos cuatro centros en el país, pero es tan poco en comparación con las necesidades. ¡Tan poco!’.

En el centro, quienes llegan reciben prioritariamente tratamiento médico y psicológico. ‘Las que vienen aquí han sido golpeadas, cuenta María, otras están embarazadas, muchas nunca han visto a un médico en su vida, nunca ha ido a un hospital.

‘Cuando consiguen estar mejor, vemos lo que les interesa y les ofrecemos formación. Debido a que son pobres, no tienen ninguna formación profesional y la mayoría no saben leer ni escribir. Se les ofrecen cursos de peluquería, cocina, costura…’Las más jóvenes continúan su educación en la mini escuela con que contamos.

En Etiopía, casi una de cada dos mujeres, con edades comprendidas entre los 15 y los 49 años, es víctima de violencia por parte de su pareja, según un estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud.

Hay un brillo en sus ojos, opacados según dice cuando llegó aquí. Hannah cuenta su historia a Prensa latina. ‘Vine a refugiarme aquí porque fui violada por mi tío. Cuando se lo conté a mi tía, me contestó: estás mintiendo, mi marido no es así, él nunca haría eso, eres una mentirosa, ¡cállate! Mi tío continuó violándome. Finalmente fui a hablar con mis vecinos con los que me llevaba bien. Fueron ellos los que me convencieron para ir a la policía. Pero cuando se enteró mi tía me amenazó. Quería hacerme daño’.

Logró llegar al refugio un tiempo después. ‘Entonces es cuando me enteré de que estaba embarazada. No supe hasta ese momento que estaba esperando un hijo. Tenía entonces 12 años’.

En estos momentos, María y sus empleados, 70 en total, comenzaron un programa más amplio que incluye formación a los oficiales de policía: cómo gestionar los dossiers, cómo hablar con las mujeres.

Las escuelas también forman parte del plan; el matrimonio forzado, la mutilación genital femenina, la violencia, son algunos de los males aún por erradicar.

‘En nuestra cultura, no alentamos a los niños a expresarse. Si lo hacen, son considerados como malos alumnos. No verbalizan sus emociones’, concluyó Hannah.

(Con información de Prensa Latina)

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