En Melilla, niños lo arriesgan todo para llegar a Europa

Es medianoche en Melilla, enclave español en Marruecos. Con apenas nueve años de edad, Wahib se esconde cerca del puerto, donde numerosos niños de la calle están dispuestos a arriesgarlo todo para intentar llegar clandestinamente a Europa.

«Prohibido el paso, peligro de caída», advierte un letrero en una valla que impide el paso al puerto, pero que no detiene a los niños que todas las noches lo escalan para hacer el «riski».

«Hacer el ‘riski’, es colarte en el barco sin que te vean, sin que el detector de latidos te detecte, sin que el perro te huela», explica Sara Olcina, voluntaria en la asociación Harraga, que intenta ayudar a estos menores.

«Estaba haciendo el ‘riski’ y me caí», cuenta en árabe Wahib, el más pequeño de un grupo de niños, para explicar una herida mal cicatrizada en la parte trasera del cráneo.

Wahib es uno de los «entre 50 y 100 menores de edad de origen extranjero, principalmente marroquíes de entre 10 y 17 años», que duermen en las calles de Melilla a la espera de poder abordar un barco, según un informe de marzo de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid.

Lograrlo es difícil: deben escalar la valla y descender con una cuerda hacia el puerto. Aferrarse a la parte inferior o sobre la cabina de un camión antes de abordar un ferri. Esconderse entre la carga de chatarra o cartón. O subir por las amarras a un barco con destino a España.

El «riski» causó al menos cuatro muertes entre 2015 y 2016 en Melilla, según la prensa local, incluidos dos menores marroquíes que se ahogaron cuando intentaban alcanzar un barco.

«El año pasado, un grupo de 11 o 12 menores vivía en la calle, el más pequeño tenía 7, el más grande, 10. Muchos se colaron en el barco», recuerda Sara Olcina.

Dormir en cuevas

Algunos niños viven en cuevas de difícil acceso, frente al mar, y duermen sobre cartones. Otros pernoctan en bancos públicos o bajo un puente.

El pegamento que usan para drogarse les permite tomarse el «riski» como un juego.

Bilal, de 14 años, tiene un rostro risueño y una sucia sudadera decorada con un conejo. Ya ha hecho «tres intentos esta semana». Su hermano de 16 años, afirma, consiguió llegar a España.

Originario de la ciudad marroquí de Fez, ingresó en enero a Melilla, pero solo estuvo «cuatro días» en un centro de menores hasta que escapó.

Uno de sus amigos, con ojos desesperados, vuelve cubierto de aceite de un camión después de un «riski» fracasado.

«No se entiende que la administración de un país como España pueda consentir esto: esta situación de desamparo de los niños, víctimas continuamente de los individuos que controlan a la gente de las calles, que les venden pegamento, que les mandan a mendigar o a robar», se indigna José Palazón, presidente del grupo local de derechos humanos Prodein.

Fuerte envejecido

Los enclaves de Ceuta y Melilla están bajo control español desde el siglo XV, aunque son reivindicados por Marruecos.

Únicas fronteras terrestres de la Unión Europea en el continente africano, estos territorios son tristemente célebres por sus vallas fortificadas que migrantes africanos intentan saltar con regularidad.

Algunos de los niños contaron que es fácil ingresar a Melilla, por ejemplo escondiéndose entre la gran cantidad de portadoras de mercancía que atraviesan la frontera a diario.

En esta población de 80.000 habitantes, el número de menores extranjeros no acompañados ha aumentado en los últimos dos años, explicó el funcionario a cargo de la protección social, Daniel Ventura.

Los centros de acogida albergan a cerca de medio millar de menores, que son generalmente escolarizados o inscritos en cursos de formación, según Ventura.

Pero la mayor parte de los niños vive en un antiguo fuerte militar envejecido, vedado a la prensa.

Abandono y negligencia

El informe de la universidad denuncia un «abandono y desidia institucional», «aparejado al rechazo social que viven los niños desde el primer momento que llegan a Melilla».

«Da la impresión de que a los niños se les deja estar en la calle con la supuesta esperanza de que de terminar yendo a algún lado será de polizones en un barco y así definitivamente desaparecer de las calles de la ciudad», agrega.

Ventura replica que el estudio «no tiene ninguna fiabilidad», porque no toma en cuenta a los niños «integrados», sino a los que «quieren estar en la calle», huyendo de los centros.

«Son niños que tendrían que estar en centros de trastorno de conducta porque han sufrido mucho», añade. Pero «si cogemos a los cuarenta» que están en las calles y «les metemos en un centro de trastornos de conducta, vendrán otros 40» de Marruecos…

Las organizaciones dicen que los niños huyen porque han perdido confianza en el sistema de protección. Ven que cuando muchos jóvenes «alcanzan la mayoría de edad, no obtienen la nacionalidad española», dice Palazón, una acusación rechazada por las autoridades locales.

Abdelali, quien dice tener 17 años y ser de Marrakech, duerme bajo un puente tras haber sido expulsado de un centro cuando un examen de sus huesos determinó que podía tener 18 años.

«Mi amigo logró abordar el barco, yo me caí», cuenta el joven, con el brazo en cabestrillo. «Apenas esté mejor, volveré a intentar el ‘riski'», asegura.

(Con información de AFP)

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