La madurez de la contracultura del 67

En un caldo de rock, LSD y movimientos antibélicos, hace medio siglo la contracultura alcanzó su madurez. En 1967, la lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana alcanzó su punto más álgido en Estados Unidos.

El año de 1967 llevaba 14 días cuando The New York Times difundió una noticia que estremeció al mundo: el ejército estadounidense estaba realizando experimentos secretos para una posible guerra biológica contra la Unión Soviética.

Con los recuerdos frescos de Hiroshima y Nagasaki, la paranoia por un apocalipsis nuclear era real. “Vivíamos bajo una nube de muerte y el aire era radioactivo. No había mañana, cualquier día se podía terminar todo. La vida era barata”, recuerda Bob Dylan en una entrevista recién publicada en su página web.

Ni Dylan ni muchos imaginaron que, en el corazón de aquella Guerra Fría, un relato crecía tanto como el hongo nuclear de 1945: el rock, que rápidamente se convirtió en el estandarte de un movimiento contracultural que modificó los valores estéticos y morales de la civilización, y que influyó directamente en los movimientos estudiantiles de 1968 de todo el mundo, aseguran en entrevista el poeta y académico de la UNAM, Salvador Mendiola, y el periodista cultural Hugo García Michel.

Dijo Oscar Wilde que cualquiera puede hacer historia, pero sólo un gran hombre es capaz de escribirla. La contracultura tuvo muchas manos: algunas tomaron la pluma; otras la guitarra.

Todo comenzó, explica Mendiola, en la posguerra, con la Generación Beat y los filósofos existencialistas como Albert Camus o Jean Paul Sartre, quienes le brindaron sustancia y discurso a una generación de jóvenes músicos ávidos de nuevas experiencias. Si Camus cuestionó en El Extranjero las reglas absurdas que rigen la vida del ser humano, Jim Morrison invitó, 25 años después, a “cruzar hacia el otro lado” para descubrir una nueva forma de habitar el mundo.

“Como resultado de la Segunda Guerra Mundial, por primera vez los jóvenes tuvieron acceso a la cultura de forma masiva: se ampliaron las universidades públicas y crecieron las industrias del ocio, entre ellas la música”, señala el académico. “Era una generación muy creativa y experimental, y eso generó, por supuesto, Beatles millonarios, pero también millones de bohemios fracasados”.

No es coincidencia, dicen los expertos, que en 1967 se lanzaran algunos de los álbumes medulares en la historia del rock, como el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de The Beatles; The Piper at the Gates of Down, de Pink Floyd; Absolutely Free, de Frank Zappa; Are You Experienced?, de Jimi Hendrix, o The Velvet Underground & Nico, de The Velvet Underground.

“Fue el año fundamental del rock. La contracultura estaba en su etapa más madura y había ganas por entender el mundo de otra manera a través de nuevas experiencias estéticas”, apunta García Michel. “Había una convicción de volver al rock un concepto artístico, de hacer letras mucho más poéticas y de emitir un mensaje más crítico hacia la sociedad”.

La intención –dijo alguna vez Peter Gabriel– ya no era hacer canciones de hombres que hallaban mujeres, sino de hombres que hallaban ideas. Y eso se debió, dice Mendiola, al uso extendido de los enteógenos y los alucinógenos, que incluso ya eran aceptados en algunos rubros de la siquiatría y la medicina general. “Ken Kesey creía que el LSD era un elevador de la mente”.

De pronto, el rock comenzó a tener aproximaciones hacia un mundo artístico que sólo tenía cabida en las academias. Fue así como The Velvet Underground se nutrió de las ideas estéticas de Andy Warhol, y Pink Floyd nació de la mano de un estudiante de arte de Cambridge llamado Syd Barrett.

Escribe Ken Goffman en La contracultura a través de los tiempos (2005) que este movimiento debe entenderse como una amalgama de nuevas prácticas sociales, como el consumo de drogas, la liberación sexual y la idea de una educación menos opresora. “Se pretendía que el oyente no fuera un actor pasivo, sino un ente reflexivo. Las letras adquirieron un tono más político debido a la inconformidad con la Guerra de Vietnam. Lo vemos en grupos como The Doors y Grateful Dead, o en las letras de Zappa que se burlan del American way of life”, puntualiza el fundador de la revista La Mosca.

Contra el establishment

En 1967, la lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana alcanzó su punto más álgido en Estados Unidos. En las manifestaciones ya no se veían sólo rostros negros, sino blancos, muchos de ellos hippies y jóvenes. Lo que había comenzado como un movimiento marginal en Montgomery, Alabama, terminó como una protesta multitudinaria que exigía el cese inmediato del racismo en la Unión Americana.

El 4 de abril de 1967, exactamente un año antes de ser asesinado, Martin Luther King denunció en un servicio religioso el genocidio que estaba cometiendo el ejército estadounidense en Vietnam, una guerra para la que el presidente Lyndon B. Johnson había reclutado hasta a 35 mil adolescentes cada mes; la mayoría nunca regresaba a casa.

“Bob Dylan entró en contacto con la música de los negros oprimidos, con quienes descubrió ritmos más vivos y fáciles de tocar. Fue así como jóvenes sin mucha educación musical creyeron que podían emular a grandes intérpretes como Miles Davis o Edgar Varese”, detalla Mendiola. “Hubo una tendencia de llevar la resistencia social a la cultura”, complementa García Michel.

Lo que se gestaba entonces –con la ayuda de las lecturas de Sartre, Camus o Simone de Beauvoir– era el caldo de cultivo para la Primavera de Praga, el Mayo Francés, México 1968 y los primeros movimientos universitarios contra el franquismo en España, considera Mendiola. “Todo se cocinó desde 1965”, asegura. “Primero, la inconformidad se dio sólo en estudiantes de posgrado, pero después, gracias a la música, se extendió a todos los grados académicos y estratos sociales”.

“El maoísmo nos enseñó que la contracultura no era un movimiento político, sino una reacción contra la barbarie a través de procesos civilizatorios y culturales. Y eso fue algo que los norteamericanos entendieron muy bien: vamos a rebelarnos con mucho rock and roll”, concluye Mendiola.

(Con información de El Financiero)

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