Una democracia no puede «festejar una dictadura»

Hace siete décadas, el historiador Nicolás Sánchez-Albornoz se fugó de lo que más tarde sería el monumento donde yace Francisco Franco, toda una hazaña que inspiró una película. Ahora, a sus 92 años, está «encantado» con la anunciada exhumación del dictador español.

«Es un acto de racionalidad», cuenta a la AFP este hombre de 92 años y ojos celestes, que en 1948 protagonizó una escapada legendaria y hasta 1976 vivió un largo exilio entre Argentina y Estados Unidos.

Cuenta en la casa de campo donde veranea, cerca de la ciudad de Ávila, que está «encantado» con el proyecto del gobierno socialista de retirar este mes los restos del Valle de los Caídos, para que la familia Franco se haga cargo de ellos.

«En ningún país europeo los tiranos equivalentes tienen ningún reconocimiento», dice refiriéndose a la tumba, accesible al público y siempre cubierta de flores.

«Lo que no puede hacer un régimen democrático es festejar a una dictadura», incide el hijo de Claudio Sánchez-Albornoz, ministro de la II República española (1931-1939) destruida por Franco y sus seguidores al cabo de tres años de guerra civil.

Nicolás Sánchez-Albornoz era un joven estudiante cuando la primavera de 1948 fue detenido por intentar reconstruir la Federación Universitaria Escolar (FUE), una organización estudiantil.

Recaló con un compañero suyo, Manuel Lamana, en un destacamento penal en el valle de Cuelgamuros, a 50 km al norte de Madrid.

Durante casi dos décadas, cerca de 20 mil presos políticos participaron allí en la construcción de un aparatoso monumento conocido desde 1959 como el Valle de los Caídos, y donde descansan los restos de Franco, fallecido en 1975.

Sin embargo, cuenta Sánchez-Albornoz que al llegar «tuvo una suerte muy grande». Y es que como sabía escribir a máquina, lo pusieron a trabajar en una oficina y no a horadar con dinamita la montaña, donde se encuentra la basílica con la tumba del dictador, bajo una imponente cruz de 150 metros de alto.

Fue en esa oficina donde constató que los trabajos forzosos de los prisioneros nutrían todo un sistema de corrupción.

Según explica, el Estado alquilaba cada preso a una empresa constructora por 10.5 pesetas diarias, lo que significaba que el gobierno «hacía negocio» con ellos.

«No sé si sería demasiado grande (ese ingreso), pero desde luego era bastante inmoral», dice.

La corrupción iba más allá. La mitad del dinero cobrado por el Estado se destinaba oficialmente a la alimentación de los presos, pero en realidad, buena parte de la comida era desviada por los funcionarios, que la revendían en Madrid en el mercado negro.

De esta forma, «se enriquecieron los funcionarios del destacamento y los funcionarios de la dirección de prisiones que toleraban eso».

Una fuga legendaria

Dice Sánchez-Albornoz que en los trabajos murieron al menos 14 personas, que bien podrían ser más por los problemas respiratorios derivados del trabajo subterráneo.

Escapadas hubo más de 40, «pero los únicos que tuvieron suerte al fugarse fuimos Manolo Lamana y yo. Todos los demás cayeron» en manos de la policía poco después, asegura.

En su caso, unos compañeros instalados en París prepararon un vehículo y unos salvoconductos falsos, para poder circular por España hasta la frontera francesa.

Sánchez-Albornoz y su compañero se escaparon a pie un domingo de agosto, y fueron recogidos a pocos kilómetros por un coche conducido por una joven turista estadounidense. La fuga fue elevada a la categoría de leyenda e inspiró la película «Los años bárbaros» (1998).

Desde su despacho decorado con algunas fotos de familia y con vistas a los trigales, Sánchez-Albornoz cree que «los recuerdos del pasado serán siempre distintos», en una España en la que la anunciada exhumación de Franco ha revivido el debate sobre la Guerra Civil y la dictadura.

La cuestión, considera él, «es de qué manera se quiere vivir. ¿Se quiere vivir en una dictadura? ¿O se quiere vivir tranquilos, en una democracia, donde todos puedan tener sus opiniones? Porque eso tiene otros requisitos», aunque sean simbólicos, entre ellos sacar a Franco del «monumento a la dictadura» que es el Valle de los Caídos, apostilla.

(Con información de AFP)

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