Sepulta ‘burocratismo’ nuevos tratamientos contra el cáncer

Nikhil Wagle pensó que su idea era brillante y lograría tener considerables progresos para la investigación y la atención a los pacientes de cáncer. Junto con sus colegas, el oncólogo del Dana-Farber Cancer Institute, en Boston, crearía una enorme base de datos para vincular el historial médico de los pacientes oncológicos, sus tratamientos y el desenlace con sus antecedentes genéticos y las características genéticas de sus tumores.

La base de datos también incluiría las experiencias de los pacientes. ¿Qué tan enfermos se sentían con los tratamientos? ¿Qué calidad de vida tenían? La base de datos encontraría patrones para que los doctores tuvieran más indicios de qué tratamiento era mejor para cada paciente y qué podría esperar este.

Wagle pensó que si algo los detendría sería encontrar a los pacientes. Sin embargo, el verdadero impedimento resultó ser la recolección de las historias médicas.

En Estados Unidos, no hay un formato único que usen todos los proveedores de cuidados de la salud y tampoco hay un incentivo para que los hospitales faciliten la transferencia de las historias clínicas de un lugar a otro. Ese caos de los historiales médicos ha restringido la investigación y ha obstruido los intentos de mejorar la atención a los pacientes.

“Los datos están empantanados”, dijo Ned Sharpless, director del Instituto Nacional del Cáncer de EE. UU. “Es un problema enorme. Es extraordinariamente importante”.

Este instituto ha invertido millones de dólares para determinar la secuencia genética de los tumores de los pacientes y los investigadores han encontrado miles de genes que parecen provocar el crecimiento tumoral. Sin embargo, preguntas de vida o muerte —¿qué medicamento recibieron? ¿Sobrevivieron?— no podrán ser contestadas, sino hasta que las historias clínicas de los pacientes se vinculen con los datos genéticos.

El gobierno federal de Estados Unidos ha ordenado que haya estándares uniformes para los registros electrónicos de salud, pues Wagle indicó que “no están a un nivel que ayude con los datos clínicos detallados necesarios” por el momento.

Aproximadamente el 50 por ciento, o quizá más, de los detalles cruciales que requerimos para la investigación están perdidos en documentos sin ninguna estructura”.

Flatiron Health, recién adquirido por Roche, ha obtenido cerca de 2,2 millones de historias clínicas de pacientes con cáncer de centros médicos y las ha puesto a la disposición de los investigadores, tras extraer de ellas cualquier información que podría resultar en la identificación de los pacientes. Para que todo quede registrado de forma que se pueda utilizar, Flatiron debe emplear a novecientas enfermeras y registradores de tumores certificados (personas con el grado de maestría en codificación de datos que analizan los registros).

“Aproximadamente el 50 por ciento, o quizá más, de los detalles cruciales que requerimos para la investigación están perdidos en documentos sin ninguna estructura”, dijo Amy Abernethy, directora médica de la empresa.

“Están en formato PDF. Un doctor quizá lo escribió a mano y otro, en máquina de escribir. Luego eso se convirtió en una narración. No es algo que se pueda insertar fácilmente en una hoja de cálculo”.

A Sharpless le preocupa que los datos adquiridos por empresas como Flatiron no estén disponibles fácilmente para los investigadores. Pero si las empresas se las arreglan para resolver el problema de las historias clínicas sin que sea costoso, dijo, “nos gustaría trabajar con ellas para resolver cómo liberar los datos”.

Wagle está divulgando los datos de las historias clínicas y las experiencias de los pacientes tan pronto como los recibe. Aun así, después de dos años y medio se siente decepcionado por lo poco que tiene para compartir.

Los inicios del proyecto

La paciente que inspiró este proyecto tenía una forma mortal de cáncer tiroideo. Se esperaba que muriera en unos cuantos meses. Ante la desesperación, los doctores le dieron un medicamento que, hasta donde sabían, no iba a ayudarla.

Para sorpresa de todos, el tumor se encogió a un tamaño insignificante y ella sobrevivió. Tuvo una “respuesta extraordinaria”.

¿A qué se debió? Resultó que su tumor tenía una mutación inusual que lo hacía vulnerable a ese medicamento.

Eso puso a pensar a Wagle. ¿Qué pasaría si los investigadores tuvieran una base de datos que les permitiera encontrar a estos pacientes afortunados, analizar sus tumores y descubrir mutaciones genéticas que predijeran qué medicamentos funcionarían?

¿Y qué había con aquellos a quienes no ayudaban los tratamientos estándar? ¿Se les podría identificar y así no someterlos a un tratamiento que no funcionaría?

Lo que los investigadores necesitaban era una enorme base de datos que recogiera datos clínicos y genéticos, junto con la descripción del paciente sobre su experiencia. Esos relatos son cruciales, dijo Wagle, pero no están incluidos en bases de datos comerciales, como la de Flatiron. Estas abarcan datos de pacientes anónimos, lo que hace imposible poder preguntarles cómo les fue.

“Aunque los pacientes digan: ‘Doy mi consentimiento para que obtengan mi historia clínica’, no hay una buena forma de conseguirla”.

Una base de datos

Wagle decidió crear una base de datos, que comenzó con casos de cáncer de mama metastásico, su especialidad. Hay cerca de 155 mil pacientes con cáncer de mama en Estados Unidos. Recurriría a las redes sociales, foros en línea y grupos de activistas para ponerse en contacto con los pacientes y pedirles su historial.

El Proyecto de Cáncer de Mama Metastásico comenzó en octubre de 2015. Las pacientes se han mostrado deseosas de unirse y los grupos de activistas se inscribieron con entusiasmo. Hasta este momento, el proyecto incluye a 4400 mujeres.

Determinar las secuencias genéticas de sus tumores y de sus células sanas fue relativamente sencillo. Recolectar sus registros médicos es otra historia. Los datos existen en todo tipo de formatos y puede ser que cierta información crucial esté del todo perdida.

La simple entrega de los historiales médicos, en cualquier formato, ha sido una pesadilla. Por lo general llegan como faxes o por el servicio postal.

“Aunque los pacientes digan: ‘Doy mi consentimiento para que obtengan mi historia clínica’, no hay una buena forma de conseguirla”, dijo Wagle.

Contrató a seis personas para trabajar de tiempo completo en el proyecto, y acorraló a doctores y otros expertos para que ayuden de medio tiempo. Revisar una sola historia clínica puede llevar horas.

Mary McGillicuddy, quien trabaja de tiempo completo en el proyecto, explicó el sistema. Cuando las pacientes se inscriben, les dicen a los investigadores dónde recibieron tratamiento, dónde les hicieron biopsias, dónde se hicieron tomografías y dónde las sometieron a procedimientos médicos.

Las pacientes dan a McGillicuddy y sus colegas permiso para solicitar sus historiales. Ella envía por fax las solicitudes a todas las instituciones médicas donde les dieron tratamiento, las diagnosticaron o elaboraron la secuencia de su cáncer.

Sorprendentemente, el fax “es el estándar” para la solicitud de las historias clínicas, dijo McGillicuddy.

El proceso puede ser frustrante. A veces los números de fax no son actuales. Algunos centros médicos no aceptan la firma de las pacientes en las formas de consentimiento si es enviada vía electrónica.

En ocasiones los centros médicos simplemente ignoran la solicitud; si llega una segunda solicitud, a veces ignoran esa también. McGillicuddy dijo que el proyecto obtiene menos de la mitad de los registros que pide.

Luego viene la laboriosa tarea de extraer la información médica de los registros e ingresarla a la base de datos. Una historia clínica enviada por fax puede tener cien o doscientas páginas.

Hasta este momento, el proyecto del cáncer de mama ha recibido 450 registros médicos de 375 pacientes (por lo general, cada paciente tiene más de uno, pues suele suceder que es atendida en más de un solo centro médico).

“Las pacientes están increíblemente involucradas y emocionadas”, dijo Wagle. Sin embargo, en cuanto al problema de las historias médicas, “por lo pronto no hay una buena solución”.

(Con información de The New York Times)

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