El aislamiento, la soledad y tu salud

Los efectos potencialmente dañinos de la soledad y el aislamiento social en la salud y la longevidad, en especial entre los adultos de edad avanzada, ya son conocidos. Por ejemplo, en 2013, escribí acerca de una investigación en la que se descubrió que la soledad puede deteriorar la salud al elevar los niveles de inflamación y de las hormonas del estrés, lo cual a su vez puede incrementar el riesgo de sufrir un ataque cardíaco o desarrollar artritis, diabetes tipo 2, demencia senil o, incluso, incitar intentos de suicidio.

En el transcurso de los seis años que duró el estudio, la capacidad de llevar a cabo actividades cotidianas como bañarse, acicalarse y prepararse alimentos disminuyó y los fallecimientos se incrementaron entre las personas de edad avanzada que reportaron sentirse abandonadas, aisladas o con falta de compañía, en comparación con personas que dijeron no tener estos sentimientos. Cuando Dhruv Khullar, médico e investigador de Weill Cornell Medicine en Nueva York, escribió para la sección The Upshot de The New York Times en diciembre del año pasado, citó evidencias de interrupciones en el sueño, respuestas inmunes anormales y un empeoramiento cognitivo acelerado entre individuos aislados socialmente, a lo cual llamó “una epidemia en expansión”.

A medida que avanza la investigación al respecto, los científicos comprenden mejor los efectos de la soledad y el aislamiento en la salud. También estudian factores como quiénes podrían verse más afectados y qué tipo de intervenciones podrían reducir los riesgos asociados.

Se han hecho descubrimientos sorprendentes. En primer lugar, aunque el riesgo es similar, la soledad y el aislamiento no necesariamente van de la mano, según señalaron Julianne Holt-Lunstad y Timothy B. Smith, investigadores en Psicología en la Universidad Brigham Young.

El aislamiento social denota pocas conexiones o interacciones sociales, mientras que la soledad implica una percepción subjetiva del aislamiento; la discrepancia entre el nivel de interacción social deseado y el real”, escribieron en la revista Heart el año pasado.

En otras palabras, las personas pueden aislarse socialmente y no sentirse solas; puede ser que sencillamente prefieran llevar una existencia ermitaña.

Del mismo modo, hay personas que pueden sentirse solas aun cuando estén rodeadas de mucha gente, en especial si sus relaciones no son satisfactorias a nivel emocional.

De hecho, Carla Perissinotto y sus colegas en la Universidad de California en San Francisco reportaron en 2012 que la mayoría de los individuos que reportan sentirse solitarios estaban casados, vivían con alguien y no padecían depresión clínica.

“No estar casado es un riesgo importante”, dijo Holt Lunstad, “pero no todos los matrimonios son felices. Debemos considerar la calidad de las relaciones, no solo su existencia ni la cantidad”.

Nancy J. Donovan, psiquiatra geriatra e investigadora de Neurobiología en la Universidad Brigham Young y el Hospital de la Mujer de Boston, afirmó en una entrevista que “hay una correlación entre la soledad y la interacción social, pero no en todos los casos. Podría ser muy simplista sugerirle a las personas solitarias que intenten interactuar más con otra gente”.

Quizá resulte igual de sorprendente el descubrimiento de que los adultos de edad más avanzada no son, necesariamente, los más solitarios entre nosotros. Aunque la mayoría de los estudios acerca de los efectos de la soledad se han enfocado en las personas mayores, Holt-Lunstad –quien junto con sus colegas analizó 70 estudios que incluyeron a 3,4 millones de personas– comentó que la prevalencia de la soledad llega a sus niveles más altos en adolescentes y adultos jóvenes, y luego vuelve a alcanzarlos durante la vejez.

De acuerdo con Louise Hawkley, científica investigadora experimentada del National Opinion Research Center en la Universidad de Chicago, “la intensidad de la soledad disminuye a partir de los inicios de la adultez y durante la mediana edad y no recobra intensidad sino hasta la vejez”. Solo el 30 por ciento de los adultos mayores se sienten solos con cierta frecuencia, de acuerdo con información del National Social Life, Health and Aging Project estadounidense (proyecto nacional de vida social, salud y vejez).

Descubrimos mayores riesgos en personas menores de 65 años que en los mayores de 65”, dijo Holt-Lunstad. “Los adultos de más edad no deberían ser el único objeto de estudio de los efectos de la soledad y el aislamiento social. Necesitamos dirigirlo a todas las edades”.

Además, dijo, aunque no se tiene la certeza de si la soledad o el aislamiento social tienen un efecto mayor en la salud y la longevidad, “si reconocemos las conexiones sociales como una necesidad humana fundamental, entonces no podemos subestimar los riesgos de estar aislado socialmente, aun si las personas no se sienten solas”.

La soledad, así como la depresión leve y grave podrían tener efectos patológicos en el deterioro cognitivo.

También resulta fascinante un descubrimiento reciente que sugiere que la soledad podría ser un síntoma preclínico de la enfermedad de Alzheimer. Con información de un estudio del envejecimiento del cerebro de Harvard, en el que se analizó a 79 adultos cognitivamente normales que vivían en la comunidad, Donovan y sus colegas encontraron una relación entre los puntajes de los participantes en una evaluación de tres preguntas relacionadas con la soledad y la cantidad de amiloides en su cerebro. La acumulación de amiloides se considera un síntoma principal del alzhéimer. En este estudio, la soledad no se asoció con la extensión de las redes sociales de las personas ni con su actividad social; ni siquiera con su estatus socioeconómico.

En otro estudio realizado en adultos de 50 años en adelante y publicado a principios de 2017 en la revista International Journal of Geriatric Psychiatry, Donovan y los coautores reportaron que la soledad se asociaba con un deterioro de la función cognitiva durante un periodo de doce años, mientras que tener desde un principio una función cognitiva deficiente no ocasionaba un aumento en la soledad. Cuando los investigadores analizaron sus resultados con más detenimiento, descubrieron que la depresión, incluso la relativamente leve, influía aun más que la soledad en el riesgo del deterioro cognitivo.

“Ahora tenemos pruebas sólidas que vinculan los síntomas de depresión más graves con una progresión mayor desde una cognición normal hacia un un deterioro cognitivo leve y del deterioro cognitivo leve hacia la demencia”, según reportaron Donovan y sus colegas al citar sus descubrimientos y los de otros investigadores. Sugirieron que la soledad, así como la depresión, leve y grave, podrían tener efectos patológicos similares en el cerebro.

Todo ello despierta interrogantes respecto a la forma en que se podrían combatir la soledad y el aislamiento social para ayudar a evitar el deterioro cognitivo y otros efectos dañinos en la salud.

Se les ha sugerido a los adultos solitarios o socialmente aislados que se inscriban en algún curso, que se consigan un perro, que realicen trabajo voluntario y se unan a un centro para adultos mayores.

Un programa en el Reino Unido llamado “Befriending” (hacer amistades) consiste en un acompañamiento personal de un voluntario que se reúne de manera constante con una persona solitaria.

Aunque estos programas se traducen en leves mejoras en los efectos de la depresión y la ansiedad, se desconoce su relevancia a largo plazo.

Al estudiar catorce casos de este programa de amistades, no se descubrió ningún beneficio relevante en general para combatir la depresión, mejorar la calidad de vida, reducir el grado de soledad, ni aumentar la autoestima y el bienestar.

Otro programa, llamado “LISTEN” (escucha), desarrollado por Laurie Theeke en la Escuela de Enfermería de la Universidad de Virginia Occidental, se basa en una terapia conductista para combatir a la soledad.

Esta terapia consiste en cinco sesiones de dos a cuatro horas en grupos reducidos de personas solitarias que exploran las expectativas sobre sus relaciones, necesidades, patrones de pensamiento y conductas.

No obstante, queda en duda que este enfoque resulte práctico a una escala suficientemente grande para cumplir con la necesidad de una restructuración cognitiva de los adultos solitarios a niveles nacionales.

(Con información de The New York Times)

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